viernes, 20 de octubre de 2017

24/52 - Vera Milarka


A la sombra de Caronte

El Ser se ve en un espejo horizontal, en el centro mismo de la tristeza donde reposa tu barca, en ese recorte de luz que sobresale tranquilo entre la bruma ósea
el agua es una sólida ensoñación de niebla y melancolía transparente.

Es un viaje flotando a la sombra de Caronte,
vaivén mítico, borrasca existencial donde el Ser no trae consigo un óbolo.
El alma cuelga del hilo frágil de un suspiro que mantiene a flote su imagen:
la del navegante de marfil cuya herida no sangra.

Oración de luz en el horizonte,
el Ser se desnuda ante la Nada
Sólo él y ella están allí para entenderse,
soliloquio sin tregua, sin límite de tiempo, sin omisión posible.

El Ser se pregunta si la muerte se ha adelantado o
si, por el contrario, este viaje detenido en la superficie del silencio
es la puerta de la vida que ha empezado a cobrar dimensiones trascendentes.

La densidad visual de esta conversión filosófica es sólo eso: la concentración de un momento donde la realidad es agua evaporada.

El Ser ya no lucha lidiando contra el mal,
se sumerge, dentro de sí, donde yace la marea alta.
El choque de las ideas contra los arrecifes emocionales del inconsciente
provocan la turbulencia de un dolor etérico indescriptible.

Sólo el ojo de Dios capta con su lente la sensación omnipresente y curva de este encuentro donde el hombre interrumpe su llanto famélico y ancestral, a cambio de un instante de comprensión sobre lo vivido; sobre el sentimiento oculto de los seres y las cosas, sobre los misterios de la geometría divina y humana que encuentra sus ejes y sus vértices en hoyos negros; en catedrales con puertas de arcoiris irisdiscentes, es la toma clandestina de un eco de lucidez perdido, tiempo atrás, en un atardecer nebuloso.

El alma respira lento y sin hacer ruido
invoca una primitiva petición a los elementos del mundo,
le reza al agua, al fuego, a la tierra y al aire.
Nada de muertito, flota en la superficie de un enigma que sólo se entiende en el sistema de rarezas del universo.
El Ser descubre en esa ensoñación de niebla que después de él: Nada.
Imagina que después de él : todo

El Ser está suspendido en la luz que irradia una pintura antigua y oriental que semeja una fotografía moderna y occidental o viceversa, inversamente proporcional.
Su Nada es una conversación reposada con lo insondable.
La Nada vive más al fondo que nuestro deseo, en el revés de nuestra piel, en la escarcha dura y cruel de una cicatriz.

Y entre los esponsales del Ser y la Nada, se abre un abismo que se hace preguntas con respuestas multiplicadas.
Cuando el Ser se acerca al núcleo interno y cree haber descubierto “algo”, está lo suficientemente solo como para no poder compartir esa respuesta --cristalina y única-- que le ha devuelto a la vida como a un náufrago, tras largos momentos de agonía bajo el agua densa y poderosa de la Nada que lo ahogaba.

El Ser resucita obligado por sus propias células a resurgir, de ese momento anterior a la muerte que es la Nada, y a partir de ese destello de luz, el arte es plegaria y milagro al mismo tiempo.
Se reinicia la oración inacabada que deletrea nuevos lenguajes transversales.

Mirada de Vera Milarka (periodista y escritora) sobre una fotografía de Pedro Tzontémoc.

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