sábado, 14 de octubre de 2017

12/52 - Josep M Botey


El poder de una fotografía de Pedro Tzontémoc.

Afortunadamente, cada lectura de la llamada realidad no deja de ser una lectura particular que muchas veces para nada responde a esta denostada  realidad. Una suma de personas con diferentes informaciones producen expresiones de una misma situación que pueden llegar a ser antagónicas. Todos sabemos que en pocos  años, y ello no deja de ser casi  una realidad, la realidad virtual será tan exacta, por diseñada, y estará tan presente en nuestras vidas, que se convertirá en claro paradigma de la inconsistencia de la  realidad tal como hoy la apreciamos.

Mis manos se deslizan suavemente por el teclado de mi viejo piano, mientras intento que  la Gymnopédies no 1, de Satie, suene solo a Satie, Para mi no deja de ser una proeza el conseguirlo, pero la melodía y su no tiempo, me seducen de tal manera que mis ojos se apartan displicentes de la partitura abierta de la que a veces me desprendo y recorro con ellos la pequeña habitación donde me sumerjo y habito. Descubrir de nuevo y unir a cada uno de los objetos que me rodean el no tiempo de la melodía, les daba a cada uno expresiones nuevas. Fue en este momento en un ralentí de la melodía, cuando posé mi sentido sobre una bella fotografía de  Pedro Tzontémoc.

Hacia tiempo que me la había regalado. Me gustó al instante, la mandé enmarcar y la colgué en una de las paredes de mi santuario, cerca de un daguerrotipo que también amo
Y recordé la  cita de Einstein , "una persona empieza a vivir cuando es capaz de vivir fuera de sí misma", Me deje flotar y me transporte a las brumas que envolvían el bello volcán que, cómo gran muro final, enlazaba el agua con el cielo infinito, y navegué juntó al remero de la pequeña barca, que en aquel instante cruzaba entre el profundo objetivo de la cámara del lector de aquella realidad y el paisaje, entendido como parte que se dejaba a su vez deslumbrar por el sujeto que lo contempla y analiza.

Mis dedos acabaron la melodía, creo que lo supe pero preferí  ignorarlo y seguir contemplando la pequeña historia de amor que se generó en aquel momento entre el fotógrafo, la montaña, la bruma el cielo y el agua.

Seguramente, el agua se sentía agradecida por la barca que la surcaba; la barca, utilizada por el remero, en espera constante por este nuevo horizonte nunca hallado; la montaña, hierática, mantenía su presidencia de poder ignoto; el cielo seguía siendo inescrutable y el fotógrafo con dudas de la imagen que había captado hasta que no consiguiera ser él, ella misma y yo, desde el silenció contemplé y entendí que existía un dialogo en plena comunión que no podía ser roto.

 Me sentí casi avergonzado de profanar otro santuario. Presentí que pocas veces entendemos lo que otros nos explican, con palabras, gestos, imágenes, movimientos. Comprendí, creo, que existe una posibilidad de comunicación completa entre estos todavía seres humanos y el entorno que los contiene y que ésta, solo se conseguiría en el momento en que supiéramos anular el  nosotros y ellos y aceptar con absoluta humildad la belleza de la creación y mutación constante de nuestra cultura y el enriquecimiento que representa el ser todos.

Mirada de Josep M Botey (arquitecto) sobre una fotografía de Pedro Tzontémoc.

No hay comentarios:

Publicar un comentario