lunes, 16 de octubre de 2017

15/52 - Gabriela Pérez


¿Existe acaso una imagen carente de la dependencia de figura? que no cuente una historia, no rememore un mito, donde cada sueño nace alimentado por pensamientos, donde cada punto, cada trazo, blanco o negro dan luz y respiro a la existencia?

Es con un aleluya que gime mi alarido de felicidad, de miedo, de concupiscencia y de giro. Me alimento de tu sangre. Hundida en tus fluidos, me entrego. Quiero aprehender la dimensión del silencio, asfixiarme en mi “es”, fundirme en mi respiro. Poseer los átomos del tiempo, sopesar lo presente en lo prohibido, arraigarme en el acto del amor, captar tu yo en crisálida. ¿Lo sientes? ¿me adivinas? ¿Percibes que en ese justo instante tú y yo damos a luz a un nosotros?

No te he dicho cómo escucho. Vibran mis manos, se me comprime el vientre. Tiemblo antes de la primer vocal de la música. Te engaño fingiendo que hablo, te distraigo para que no notes que bailo, que te escondo en palabras a cada instante, a cada recuerdo. Invento significados en cada letra, en cada sílaba. Campesina, aro la página frente a mí. Me siento impotente porque no puedo crear con letras los colores que soy, las luces que tengo; transformo en rastrillos tus manos, las sujeto y después de un masaje tenso tus dedos. Los encorvo, los moldeo.  Junto con ellos en un rincón de mi cuerpo la paja que crece en mi pecho; es difícil porque a diferencia mía no está húmeda, es paja seca. Partimos con la mirada los limones, las piñas y las naranjas que reposan en el frutero. Ni aún bañadas con el zumo de la fruta podemos comer una palabra. Se mueven, me explicas, están vivas, no son un objeto.

Escribo porque deseo hablar profundamente. Porque cuando soy tú y al mismo te preguntas qué es ser yo, pierdo en ese instante el miedo a navegar sin la guardia de la lógica. Me poseen entonces  lo intuitivo, lo vasto, lo nuevo y verdadero. Es un instante de tacto con la energía circundante, con la realidad cuya concomitancia y magia me revuelcan. Amanece ahora, y la aurora es de neblina blanca. No hay vendaval que desordene mis papeles, pero trenzo lianas con la madreselva, te hablo en silencio, te escribo con sangre de escorpión azul, reímos juntos de que a veces quienes nos ven aseguran que uno de los dos no está presente. 

Espero trémula,  quedo adormilada entre tus huestes. Tenemos un ritmo en el que el paroxismo me pasma. Uso la palabra como cebo. Quiero pescarte a ti. No quiero vivir con la limitación de quien vive sólo con lo que tiene sentido. Aprovecho el golpeteo del agua, te tomo en mis brazos. Bailamos con pasos de tango y contoneo de jazz este swing, pululas conmigo este espacio, este intangible ritmo. Sonríes y el sonido de tus pómulos activa el movimiento. Hemos hecho nacer una escena. Nuestro beso es el flash fotográfico. Descanso. Me sumerjo y vivo.

Mirada de Gabriela Pérez (escritora y editora) sobre una fotografía de Pedro Tzontémoc.

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