Mujer Tortuga
Ciudad de México, México / 2001
La veía cada año en la feria de mi pueblo hasta su desaparición que, no puedo negarlo, me tomó por sorpresa a los nueve años de edad. Su historia personal no me era ajena; sabía que aún siendo una niña consentida, o quizá por ello, había sido altanera y grosera con sus padres y, por consecuencia fatal –el procedimiento nunca me quedó claro del todo– fue convertida en un monstro. Mitad mujer y mitad tortuga, aunque en realidad era más tortuga que mujer, puesto que de lo último tenía sólo la cabeza. Sabía todo eso y también sabía que las tortugas viven muchos años, por lo que su desaparición no tendría que significar su muerte.
La fila para acceder al espectáculo avanzaba al término de cada función, pero siempre me parecía demasiado larga. Una vez dentro, el escenario se revelaba rudimentario: sillas metálicas plegables formaban un semicírculo frente a una gran pecera y detrás, una vieja cortina que ya no era negra desde entonces. Ella esperaba en su recipiente de cristal; sus cabellos flotaban ondulantes en el agua que la cubría por completo y, al responder las preguntas del público, escapaban burbujas de su boca. Eventualmente devoraba algún pececito desprevenido…
Más de un cuarto de siglo después volveríamos a encontrarnos en una feria de la Alameda central y, en un fragmento de segundo, nos reconocimos de inmediato. Cada vez es más difícil verla, quizá por eso son muchos quienes no creen en su existencia, pero somos otros tantos los que podemos constatarlo.
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