Murmullo a cuatro vientos
Luxor, Egipto / 1997
Mi primera noche en Medio Oriente y viajo ya de una sorpresa a otra. No he dormido aún y mientras no duermo un sonido externo comienza a filtrarse en la habitación que, como una luz de amanecer, toma posesión lentamente de la oscuridad y termina por fusionarse con otro sonido que se produce al interior.
Afuera se reza el Corán en una mezquita y otras más, muchas más, apenas un murmullo que se multiplica, que llega por oleadas. Adentro, la excitación de su respiración marca el contrapunto y el aliento de suspiros entrecortados humedecen mis oídos. Muy pronto ambos sonidos, el exterior y el interior, acoplan sus cadencias, se confunden hasta hacerse uno; se suman sin restarse. El sonido induce entonces el movimiento de los cuerpos que se dejan guiar sin oponer ninguna resistencia.
La ciudad, el país y toda la región se cubre de ese velo que avanza, paradójicamente en silencio, como la niebla. Escucho, todos mis sentidos escuchan y cada uno de ellos escucha a su manera, pero yo, acostumbrado a fijar mis sentidos a la mirada me pregunto en un fragmento de segundo cómo fotografiar el sonido, o mejor dicho, cómo hacer que el sonido se sienta en una fotografía, se vea en ella, se escuche en ella…
Los cantos del Corán se repitieron durante todo el viaje, a todas horas y hoy, todavía hoy, sacuden en mi memoria.
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