jueves, 4 de junio de 2009

3/52 - Marco Perilli



La leyenda de Hanú
En su obra cúspide Visiones y arquetipo del cosmos, el prolífico antropólogo lituano Jonas Baltušis aclara perentorias coincidencias de culturas que nunca, en la marcha de la historia, guardaron vecindad. Parafraseo, con fórmula pedestre de academia y diccionarios, su acertada enunciación: “Donde y cuando son extraños de portada”. La tesis, en suma, afirma que si los fenómenos humanos son témpanos que flotan sobre el cuerpo sensible del tiempo, abajo hay corrientes que obedecen a otra extensión temporal, otra frecuencia, lo cual precisaría el por qué la sección áurea del maestro de Olimpia es la misma que la del astrónomo maya de Copán. Así, la leyenda de Hanú no detiene el naufragio de Ulises frente a la montaña de un incompatible purgatorio, ni refuta el error de Genjuro el alfarero, perdido entre las brumas, ceñido en lo sublime de Los cuentos de la luna pálida de agosto.
Por cierto Hanú era bizco, que se le cruzaran los caminos no ha de sorprendernos. Sin embargo, la suerte lo hubiera llevado a ser distinto, un orfebre supongamos, o Spinoza, o Linceo. Hanú estaba bogando, despreocupado de la pesca y del hogar, de los eternos regaños de su esposa (Hyla era robusta, y él, tan chaparrito, pasaba por debajo de sus golpes; sus hijas no le tenían cuidado). Corría cierta brisa y se dejaba llevar a la deriva. De todas formas, en la casa, le habían de maltratar. La lancha surcaba la tibia faz del lago. La caña de pescar tendida en un rincón. El remo tan ligero. Se asomó al agua y se vio. También del otro lado. Sacó la lengua, el otro también. Pero, al sacarla, chorreaba de la boca y casi se asfixiaba. Cerró la boca y respiró. Volvió a sacar la lengua, igual que aquél del agua, un chorro salpicó la superficie y ya no se veía. Hanú pensó entonces en el oráculo del Loro (Hyla se mofaba de sus cuentos): “Donde y cuando son dos lenguas de una misma gota”. El agua volvió a despejarse y el otro sacaba la lengua y él le respondió. Las lenguas se alargaban desmesuradamente, meneando sus verrugas, para tocarse, arponearse, coincidir, volver a retirarse, siendo la otra. El splash nadie lo oyó. Tampoco fue medido el empuje o la demora del descenso. Allá le esperaba una lancha, una caña de pescar, un guijarro reflejando su estrabismo (−Acaban de traerlos de otro mundo− le dirán), los aciagos rosarios de mi esposa.

Mirada de Marco Perilli (escritor y editor) sobre una fotografía de Pedro Tzontémoc.

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