El mar en los ojos
Mazatlán, México / 2000
El estruendo de cientos de pájaros anuncia la caída de la tarde. La plaza, una plaza como tantas otras, se presta para una representación más de la vida cotidiana. La ciudad se concentra en torno a su kiosco, a su sombra en busca de un poco de respiro. De todos los rincones acuden sus habitantes y se miran y se lucen; juego de miradas que trazan líneas y dejar ver complicidades en las relaciones ocultas y en las que no lo son. Los niños sólo corren, juegan y ríen ajenos hasta del calor que se desploma, todo, aquí mismo.
Helados de todos colores a la vista y muchos más sabores multiplicados por la evocación individual de cada uno de los niños que los miran. Estrategias de conquista se elaboran, complicados planes para el asedio son ejecutados con el único fin de apoderarse de un barquillo coronado por una bola de nieve.
Una vez logrado su objetivo cada una de las miradas se congelan en el punto de congelación de sus anhelos. Plano focal inmediato que, sin embargo, pierde a la vista en un punto más allá del infinito de la imaginación. Uno de ellos, el niño más entusiasta de su premio, abre su boca y la acerca con cautela a todas sus ilusiones pero la lengua, ansiosa, lo traiciona y toda una bola de nieve cae al piso. En un fragmento de segundo mi mirada se ahoga en el triste mar humedecido en que se convierten sus ojos.
Mazatlán, México / 2000
El estruendo de cientos de pájaros anuncia la caída de la tarde. La plaza, una plaza como tantas otras, se presta para una representación más de la vida cotidiana. La ciudad se concentra en torno a su kiosco, a su sombra en busca de un poco de respiro. De todos los rincones acuden sus habitantes y se miran y se lucen; juego de miradas que trazan líneas y dejar ver complicidades en las relaciones ocultas y en las que no lo son. Los niños sólo corren, juegan y ríen ajenos hasta del calor que se desploma, todo, aquí mismo.
Helados de todos colores a la vista y muchos más sabores multiplicados por la evocación individual de cada uno de los niños que los miran. Estrategias de conquista se elaboran, complicados planes para el asedio son ejecutados con el único fin de apoderarse de un barquillo coronado por una bola de nieve.
Una vez logrado su objetivo cada una de las miradas se congelan en el punto de congelación de sus anhelos. Plano focal inmediato que, sin embargo, pierde a la vista en un punto más allá del infinito de la imaginación. Uno de ellos, el niño más entusiasta de su premio, abre su boca y la acerca con cautela a todas sus ilusiones pero la lengua, ansiosa, lo traiciona y toda una bola de nieve cae al piso. En un fragmento de segundo mi mirada se ahoga en el triste mar humedecido en que se convierten sus ojos.
¡Ay Pedro me encanta tu sensibilidad!Se ve que todo lo que hagas: fotografiar, escribir, mirar... todo está teñido de esa sensibilidad irresistible.
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