viernes, 12 de marzo de 2010

9/52 - David Pérez


Ello es, ello soy
Nos descubrimos mirando y con la posibilidad de descubrir la mirada cuando ésta ya se halla conformada, cuando lo visible ya es mundo y, por tanto, lenguaje. Mirar pende del ojo, pero depende de la palabra, de ese mundo que hace que ver sea posible, tan posible como hacer ver. El dedo, acaso, señala la cumbre y con parsimonia puede que también recorra el agua. Alguien rema y alguien fotografía. Sin embargo, lo visto, aun aludiendo a ello, no es nada de ello. Ver conlleva reconocer la mirada como saber, un saber que hace que lo visible, al articularse, cobre sentido, aunque éste ―en última instancia― se sospeche siempre ausente. Ante cualquier imagen se dice el exceso: no tanto la redundancia como su falseada epifanía. Ahí radica el hechizo de la fotografía y el de su arquitectura. Lo reconocido lo tomamos como mundo, pero éste responde al texto que nos edifica: palabra que nos dice y discurso desde el que hablamos.
Alguien vio y alguien ve, qué duda cabe. También alguien verá. Pero lo visto es la mirada. No se trata del agua o del silencio, de la pérdida o de la inconmensurabilidad, sino de la historia visual y de su construcción, de cómo los objetos se alinean bajo el ordenado texto de un sentido que toma cuerpo ―y que hacemos cuerpo propio― desde la gramática de su disciplinada pertenencia a un campo del saber. Apropiarse de la imagen no es hacerla propia, sino sabernos impropios a través de ella. Lo considerado como nuestra propiedad recoge, por tanto, una expropiación: la que efectuamos sobre todo lo que calificamos como propio. La propiedad se construye bajo la arquitectura de la mirada, bajo el peso de esa urdimbre que ve que lo visto es historia y lenguaje. Mundo que descubrimos mundo tan sólo cuando somos mundo, cuando participamos como signo de un texto que nos dota de sentido y al que creemos dotar de significado.
Lo excesivo aquí no es el vacío, sino saber cómo el vacío se colma, cómo se satura, cómo responde a un lenguaje. Lo que podemos tocar no es ya lo que podemos sentir, puesto que es el sentido aquello que nos toca y modela, aquello que nos susurra que sentir es posible. Es la historia quien nos mece y acaricia, quien cobija la mirada dentro de un conocer que es reconocer la propia cultura. Paradójica anamnhsis ―perplejo y circunstancial recuerdo― lo que cualquier imagen genera: lo visto no es la incertidumbre, sino el signo de la misma. Signo que somos y signo que leemos, vacío apropiado y expropiado mundo.

Mirada de David Pérez (Licenciado en Filosofía e Historia del Arte y Doctor en Bellas Artes) sobre una fotografía de Pedro Tzontémoc.

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