sábado, 14 de octubre de 2017

11/52 - Elisa Díaz Castelo



Captura

Mírame. Te hablo desde el centro.
También fui pescador, mi mano conoció
el áspero tejido de la red,
el costado brillante de los peces,
su fastidiosa muerte. Ahora
a mí me han capturado
en una red de plata, haluro, polvinilo,
obturador, diafragma, disparo sigiloso.
Me ha atrapado un animal de sombra:
la cámara de fotografía.


Mírame.
Rodeado de una luz que se desgrana.
En este mundo tenue
lo único sólido
es mi cuerpo.
No importa.
Ya no estaré mañana:
mi rostro desde ahora
ausente de sí mismo
es una colección de astillas, punto ciego
en el centro de la fotografía.  


La montaña es niebla y de niebla el lago.
Sólo yo soy opaco,
desde ahora
improviso un futuro sin rostro y sin esquinas,
bajo tierra.  


Más allá de mi cuerpo
se reconcilian el agua y la montaña:
todo es gradación, tal vez todo
visto a la distancia
y con tiempo suficiente
es un único estado
(lo sólido es un líquido que se mueve tan lento,
el agua capturada un instante es de piedra)
y sin embargo dura:
alcanza más que yo y sabe
quedarse
quizá porque conoce
su vocación de niebla y luz desbaratada.


Sólo mi cuerpo
queda en entredicho.
Mi rostro
oscurecido por su propósito
con la mirada más allá de la foto.
Soy la sombra y el reflejo de la sombra.
Estoy en el centro
pero habito al margen de la luz.
Parpadea y ya no estuve.
No basta siquiera esta trama de plata.
No soy este que miras. Escucha
mi voz de albúmina, sostenida
y sin embargo
no tengo voz, tampoco.
Me la han echado encima.  


No le haré falta al lago, a la montaña.
Mis manos olvidarán
la muerte resbalosa de los peces,
lo que hay en la otra orilla.
No me echará de menos
el mundo que alumbrado no distingue
el agua de la tierra, la tierra de la luz,
será todo una forma
de mi no estar ahí,
un ojo desprendido que me mira
y parpadea.

Mirada de Elisa Díaz Castelo (poeta) sobre una fotografía de Pedro Tzontémoc.

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