domingo, 14 de junio de 2009

4/52 - José Luis Trueba Lara


Pedro Tzontémoc y la muerte
La muerte sólo aterroriza a quienes no han mirado la fotografía de Pedro Tzontémoc y a los que no han leído con detenimiento la Apología de Platón. Entre la imagen y las palabras pronunciadas por Sócrates existe un nexo profundo: siempre he pensado que el filósofo pudo salvarse de la condena; él conocía las palabras precisas que ablandarían a los jueces, pero se negó a prounciarlas. Quizá por esta razón es verdad lo que cuenta Jenofonte en su Memorabilia: Sócrates estaba viejo y quería morir de manera digna. Incluso, gracias a la sabiduría que sólo otorga la certeza de la muerte cercana, Sócrates logró el análisis definitivo: la muerte “o bien es aniquiliación, y los muertos no tienen conciencia ni nada; o bien, según nos dicen, es realmente un cambio: una migración del alma desde este lugar hacia otro”.
La primera posibilidad —casi lejana de la fotografía de Pedro Tzontémoc— es la nada, es el dormir eterno sin tener un solo sueño. Esta opción me gusta, me parece que el dormir sin sueños es una justa recompensa por una vida de guerras y pasiones, por el envejecimiento que marca mi cuerpo para revelar lo que he sido: cada arruga, cada cana, cada músculo que pierde fortaleza es el precio que he pagado por ser quien soy. La nada es fascinante, lejana del miedo absoluto. Su sola intución no permite olvidar que “quien ha aprendido a morir ha desaprendido a ser esclavo”. Sin embargo, la nada me coloca ante la pérdida irremediable e indeseable: en el dormir sin sueños no estará ella, tampoco se revelarán los otros pocos a los que he amado; ahí, en el dormir sin sueños no ocurrirán las conversaciones pendientes ni me encontraré con los que siempre he deseado encontrarme. La nada es eso: nada.
Pero la socrática fotografía de Pedro Tzontémoc también me ofrece otra posibilidad: suponer que la muerte es “una migración del alma desde este lugar hacia otro”. El Hades al que me conduciría el barquero también es deseable: si Sócrates veía la posibilidad de encontrarse con sus viejos amigos, con los héroes y los grandes poetas, yo también podría tener un dormir con sueños y permanecer por lo que resta de la eternidad cerca de los míos: de la poesía hecha cuerpo, del heroísmo de atreverse a la diferencia, de las conversaciones que nunca terminarían.
La dualidad —a pesar de la lucidez de Sócrates— no fue resuelta: sólo se que no debo temer a la muerte, pero ignoro cuál es el destino final; por ello, sólo me queda una opción: volver a la Apología para encontrar la duda perfecta: “ahora es el momento de que nos marchemos, yo a morir y vosotros a vivir; pero quién de nosotros tiene un destino más feliz” es algo que nadie —ni siquiera el barquero de Pedro Tzontémoc— lo sabe.

Mirada de José Luis Trueba Lara (escritor) sobre una fotografía de Pedro Tzontémoc.

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